miércoles, 15 de noviembre de 2023

"ORACIÓN POR SANTA ELISA" ** (RELATO)


                     
                                             DIOS TE SALVE…
        Brota el agua. Apenas un arañazo y la tierra comienza a desangrarse en agua. La esencia y sangre de los adentros más profundos de la sierra ascienden buscando el color de la encina, el corcho del alcornoque o el amargor de la aceituna del olivo. Agua, sosiego de la sed del cuerpo y límite del alma, lágrima del llanto cuando el dolor nos inflama y nos asalta el desatino, el desconsuelo, o la congoja que rodando entre la pena y la incomprensible ira se hace pecado capital y nubla la razón o el entendimiento. 
    Brota el agua. El entorno es admirable, es un paisaje pintado por Sorolla, con claros y oscuros que parecen respirar entre la tierra y el cielo, los alrededores se desnudan de seda verde y azul, de azul y verde, tierra y cielo, cielo y tierra. Una tierra noble como el agua y el oro, un cielo alto como los mástiles que sostienen a las banderas del sol. Cerca las cortijadas, las casas de labor y alquerías parecen perlas blancas de un collar en medio del valle y los vados de la serranía, que son el escote y el cuello de un paisaje tranquilo y suave como el beso de la mocita casadera.
    Continúa brotando el agua, se hace casi del color del caramelo o de la miel golosa que roban las abejas a la flor azul del cielo y del romero.
La gente de esta tierra: sana, noble, de palabra, leal… sincera, peina canas durante muchos lustros de vida y agua. El clima es dulce, como dulce es el dulce del pan de higos o el dulce del membrillo en dulce. Los apriscos y los cerros más altos se llenan en junio de gavilanes jóvenes, de conejos pardos, de jabalíes asustadizos y cervatillos recelosos que bajan a beber a los manantiales. Naturaleza apenas explotada que crece lenta entre el valle y la montaña, el olivar, el matorral. Pinares que se llenan de olor a fresco, jaras, tomillos, romero, acantos y helechos de hojas rizadas de tanta agua. La madre del paisaje: la vieja encina junto al joven alcornoque, granados silvestres, eucaliptos invasores, retama y más retama. Naturaleza vestida de salud. Calma, lozanía y sosiego, y en medio, como una cicatriz, la vía del antiguo ferrocarril que serpentea entre el aún más antiguo manzanillo y la corteza seca del alcornoque que se hace corcho y tapón de botella del mejor vino. Incurable herida que sube y baja para unir, en abrazo de hierro y traviesa de madera, Córdoba con el sur extremeño, tan iguales y tan diferentes, rastrojeras y olivar, encina y acebuche, jornalero y emigrante, ladrillo y cal, cigüeña y gavilán.
    Sigue brotando el agua, ajena al azul del cielo y al verde del pino, busca la luz del sol para olvidar la oscuridad del hierro y la piedra que la tiene prisionera.
Nada más darse cuenta de su descubrimiento, aquel ingeniero forastero, Don Elías,  comenzó a construir su castillo de naipes. -”El análisis del agua no deja ninguna duda, este agua, casi de color caramelo, contiene gran cantidad de hierro y de otros minerales que ha hacen buena para la sed y la salud del cuerpo, es depurativa, buen agua aunque de sabor algo agrio, olor fuerte, turbia. No es un agua insípida, incolora e inodora... es como el sudor de la tierra”- Tierra cansada de tanta mina negra y de tanto luto aún mas negro. Tierra de manantiales con agua cantarina y arroyos alegres.
    - “Este es el lugar -se dijo- aquí se levantaré mi castillo, sin torres,sin almenas, lo coronaré con azulejos de color cobalto, azules como el cielo y brillantes como la primera estrella que le roba la luz a la tarde para brillar más y durante más tiempo. Será la mejor casa de la comarca, y el forastero al ser recibido en ella exclamó: !Dios te salve!. El manantial con el nombre del santo al que esta buena gente tienen respeto y devoción: San Rafael. Y la casa nombre de santa, como mi esposa Elisa, sí, Santa Elisa. La fuente la encerraré es una estancia con forma de kiosco antiguo, con suficiente espacio y altura para que el visitante, el agua y el aire forman un solo cuerpo. "Dios te salve", la idea es buena y hasta rentable, por aquí hacen falta sitios como el que imagino... Será un balneario. Balneario Hotel de  Santa Elisa, manantial de San Rafael, apeadero de Villaharta”.
    Sigue brotando el agua y el azul se cae del cielo para mirarse en ella.
   Las nubes juegan a ser pájaros, la espina del espino a ser caricia, la enfermedad a ser dolencia, la dolencia a ser molestia, la molestia a ser salud. “Aquí el dolor tendrá descanso y se tornará en arco iris de sol y agua. Coronaré la casa con balaustradas de mármol, será la reina del Valle del Guadiato, la señora de Espiel, la dama de Villaharta. La puerta grande, con un hall repleto con macetas de palmeras enanas. En el jardín tilos y magnolios se darán la mano y la flor. La cerámica azul y blanca de Santa Ana, del noble taller de Triana. Los zócalos de Manises, que armonicen con el entorno cálido y húmedo. Escalones de mármol de Macael, pálido y rosado como la tez de un ángel. Llenaré este espacio de sed de "agua agria", de la paz que mana, como el agua, del sosiego y del descanso. Camino corto desde el apeadero del tren y desde la carretera, paseo largo desde Villaharta, caminata desde Espiel. Aquí, sí. Aquí ha de ser porque San Rafael y Santa Elisa así lo manda”
Y continúa brotando el agua, pasando de ser pecado y dolor a ser gracia y reposo. El  ingeniero forastero continuó soñando y el agua brotando.

                                                   MARIA…

El niño, de pocos meses, llora. Las mecidas de cuna, que sin descanso le da María, no lo consuelan. María, joven madre de edad envejecida por sufrimientos propios y ajenos, ya no sabe qué hacer, sin parar mece la cuna, de reojo mira por la ventana para ver el camino, desea con ansias ver a Manuel, su marido, llegando.  Sus nervios están a punto de brotar de su cuerpo como brota en el manantial el agua. El padre del niño, también joven baja, con un rebaño de apenas 10 ovejas, por el camino de Espiel, bordeando la cortijada de Peñas Blancas, que está encaramada en lo más alto del cerro.

        - “¡Date prisa Manuel!. ¡A este niño se le está nublando la vida y el alma!.  Busca a alguien en Santa Elisa que pueda socorrernos en esta pena. ¡Date prisa, corre, que se nos desgrana!”.

Sin sosiego,  tiritando como la semilla de la jara cuando hace aire, sin aliento como la brisa cuando atraviesa por su centro a la sierra, María corre al lado de Manuel con su hijo envuelto en una manta. Buscan a alguien que sepa poner una ráfaga de vida en el corazón de su hijito y un poco de calma en sus nervios que continúan brotando como agua agria. El hotel, Santa Elisa, está muy cerca, tanto que su música de piano y su olor a buena cocina mantiene entretenida a María en las tardes y en las madrugadas cuando no tenía ni sueño ni sexo. Allí, en el hotel, dicen que siempre hay un médico.

La puerta es grande, tan grande como la entrada a la mina, pero con luz, con una claridad intensa como la que desprende cuando arde el negro carbón. Hasta el hall, decorado con azulejos sevillanos y tiestos con palmeras enanas, salió el médico acompañado por una señora esbelta, vestida como para ir de boda, pero una de esas bodas caras donde los pobres y los de pueblo solo miran, no comen, solo miran, no ríen, solo miran, no cantan, solo miran, no bailan, solo miran, no hablan permanecen en silencio... solo miran. La luz de la entrada al hotel fué menguando segundo a segundo, al mismo tiempo que se iluminaba la cara del pequeño cuando dejó de llorar y comenzó a dar chupetones a un biberón de leche cocida con una cucharadita de azúcar y otra de hinojo. 

El médico corre escaleras arriba, hasta la enfermería, en busca de su fonendoscopio, mientras, la señora bien vestida sostenía en su regazo a la criatura que con avidez chupa del biberón la leche templada. Le sonríe y le hace carimoñas a la vez que trataba de calmar a aquellos padres jóvenes preocupados por la vida de su pequeño. El médico concluyó: "este niño necesita leche fresca y papillas de harina dulce porque la leche de su madre no le es suficiente, después de mamar se queda con hambre”. 

A los pocos días, aquella señora elegante se convirtió en hada madrina, vistió a Maria con traje negro largo con empuñaduras y cofia blanca. A Manuel le entregó una hoz y un rastrillo y le indicó que el jardín necesitaba poda y tierra nueva. A los dos les enseñó lo esencial: a sonreír y a distraer la mirada. A Maria no le fue difícil aprender a estirar las sábanas y las colchas en las camas, a poner las toallas limpias y recién planchadas en los lavabos, a entornar las ventanas para que el sol y el aire entrara en la habitación sin causar molestias. Manuel, desde entonces, se pincha los dedos con espinas de rosales y no con los pinchos de las  alambradas que ponen coto y dueño al campo. La señora elegante le dió un pantalón de pana marrón, camisa azul y chaleco a rayas, fué elegante, noble y hasta cariñosa porque puso como condición a la pareja que su hijo se criara en su casa. Ella, estéril como la Sara de la Biblia, nunca sintió el llanto de un recién nacido en la cuna, nunca la voz de un niño diciendo "mamá", nunca la mano inocente buscando los senos que le dan calma y leche. La señora, sin parir, encontró la alegría que da un hijo y el contento de estar ocupada en su cuidado.

Santa Elisa florece como el tilo silvestre. El perfume de importación de las señoras elegantes y el apresto de almidón de los cuellos blancos de caballeros educados, da importancia a aquel entorno natural y a la vez tan artificial. Don Elías, el ingeniero forastero, con fortuna y con ideas afortunadas, irrumpió en una sociedad vacía de moda y de cultura, se instaló como la amapola en medio del trigo, dando belleza y sabiendo imponer aquel segundo negocio a la vez que el primero -el ferrocarril- se fue olvidando, aunque de sus recuerdos y vivencias presumió, su trabajo fue reconocido por tener que superar las dificultades de la topografía en la construcción de la vía férrea. Levantar el Hotel de Santa Elisa también fué un pulso, no a la naturaleza, sino a la sociedad puritana y clasista encendida de envidias y rivalidades políticas, tan de moda en aquellos días. Este pulso lo ganó el ingeniero, aunque las malas lenguas levantarán estaciones de trenes dónde solo había apeaderos, al asegurar que su fortuna y la gran inversión que realizó en la construcción de Santa Elisa, eran de dudoso y deshonroso proceder. A saber las invenciones de los lugareños muy dados a dar fe y a hacer verdad de los "corre ve y dile" propios de pueblos pequeños.

La luna, pálida como una mujer enferma, desde el cielo o desde su pedestal de nubes nuevas,  se asoma cada noche, contempla que la obra de Santa Elisa avanza y avanza, siempre hay algo nuevo que construir o alguna pared que pintar. Desde las alturas, sin aire y con la luz prestada del sol, se entretiene en descubrir la belleza de los balcones  y ventanas del hermoso edificio: Barandas de hierro forjadas en las mejores fraguas de Lucena, quicios y contraventanas de madera de pino piñonero aserradas en las mejores carpinterías de Villaviciosa, cristales finos y cortantes como navajas gitanas, visillos de encaje fino propio de palacetes y conventos de monjas enclaustradas. El suelo, mejor, los suelos, recubiertos de plaquetas lisas y brillantes. Armonía en el entorno, elegancia de estilo modernista, sobria, serena y formal  de cada estancia. La luna lunera, cada noche, se sentía reflejada en cada suelo y en cada pared del hermoso edificio, hasta imaginó lo feliz que debía ser la esposa de Don Elías al verse rodeada de tanta belleza, cordialidad, elegancia y brillo.


     LLENA ERES DE GRACIA…

El agua turbia y agria fluye en bañeras y lavabos después de  serpentear por tuberías de plomo. En cántaros, en jarras y jofainas también llegan desde el manantial hasta aquellas tinas frías de tanto mármol. El agua, de la que se espera que obre el milagro de dar salud al enfermo, es el centro y la noble excusa, el agua bebida en vasos de cristal templado y bordes de oro, agua de alma dura como el hierro, con su color ocre de oro viejo, agua fría o caliente que se ahoga y muere, apenas nacer, en las bañeras de mármol, entre velos de vaho y niebla tibia con olor a magnolia y a incienso. El agua,  llena de gracia, es corona -sin espinas- de muchos sufrimientos.

Las alcobas, con camas de dosel y sillas tapizadas de terciopelo azul noche, se alinean  en los dos pasillos del primer piso. Después del agua es la luz la reina de la casa. En las paredes de los amplios corredores colgados, como si flotaran  en el aire, espejos enmarcados con madera de caoba y cuadros de coloristas acuarelas florales, se alternan formando un entorno como el de las antesalas de los camarines  de vírgenes consagradas. Habitaciones con muebles oscuros y cortinas en tules y rasos blancos eran el descanso de cuerpos enfermos con almas sanas. En estas estancias  el aire es abanicado por las hojas de los altos eucaliptos y los bajos madroños, sopla uniéndose al misterio sanador del agua, el enfermo descansa y sueña  y hasta puede disfrutar de tardes de siestas largas y planas.

Llena es de gracia y salud Elisa, la esposa del ingeniero, y doña Paula, y la señora Engracia y su ahijada Encarnita, y la madre de esta doña Teodora y Rafael su marido y el hermano de este Don Esteban y su hijo Andrés y Leonora, su esposa, y la hermana de esta Doña Cándida.... y así una familia y otra y otra más, verano a verano, otoño a otoño llegan de la cercana Córdoba o del lejano Madrid, y llenan las estancias, alcobas y hasta las fuentes de aquel paraíso que lleno de gracia late como un corazón sano para tanto enfermos necesitado de tomar agua agria, aire fresco y comida poco sazonada, de dar largo paseos por las veredas serpenteantes entre las cañas y juncos de la orilla del cercano río Guadiato, de casi gatear hasta el cerrillo donde una imagen del Sagrado Corazón de Jesús también vela -como el agua- por la salud de los que se hospedan en tan nombre casa, o de subir hasta el pueblo, y comprar arrope o aguamiel en alguna tienda o a alguna vecina de Villaharta.

    - ¡Están repicando las campanas!

    - Sí…  Hoy es siete de Mayo y en el pueblo celebran San Rafael. 

     - Seguro que repican porque lo sacan en procesión.

Se decían unos a otros mientras bebían, a pequeños sorbos, vasos y vasos de agua turbia y sabor a palito de regaliz.


EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO…

Pocos niños corretean por Santa Elisa, y aún siendo pocos parece que no están bien avenidos. El hijo de María y de Manuel, el pastor, es uno de ellos, éste sabe que  goza de la protección y el cariño de Doña Elisa, lo que le hace sentirse más importante que los demás, impone sus juegos y parece que si no gana se enfada y afea el comportamiento de los demás.  Rara vez niños y niñas se juntan y forman un corro, cuando esto sucede siempre hay algún mayor, madre, padre o sirviente, que vigila el juego y pone orden cuando es necesario. Este verano parece ser que es “la canción del Pollito” la que más repiten en el corro que da vueltas de izquierda a derecha y de derecha a izquierda,cada vez que cantando dicen “pio pio” cambian de dirección…

Los pollitos dicen,
pío, pío, pío,
cuando tienen hambre,
cuando hace frío.

La gallina busca
el maíz y el trigo,
les da la comida
y les presta abrigo.

Bajo sus dos alas
acurrucaditos,
hasta el otro día
duermen los pollitos.

Hay tardes en las que los niños por un lado y las niñas por otro, juegan, ellos, a ser soldados del rey, y ellas a ser madres de muñecas de cartón y ojos de cristal.

Los niños del lugar, los que viven en cortijos cercanos  y el pueblo, son visitantes curiosos y aprovechan, para acercarse a las puertas del hotel, cuando la distracción fortuita del guarda lo permite, o Irrumpen en el recinto saltando la valla o gateando a un árbol y dejándose caer desde sus ramas. Los otros niños, los  que por semanas o meses se alojan allí son los herederos de familias ricas y acomodadas, sus vestimentas son casi de muñecos, con caras pálidas de tan poco moreno, los piés dentro de zapatitos con cordones de cuero, de ojos tristes y semblantes casi dormido. En cambio, los del lugar, hijos de pastores sin fortuna y con señorito a sus espaldas, nietos e hijos de los vecinos de Villaharta y que aún no tienen edad para echarse al monte y guardar un rebaño de ovejas o de cabras, son recelosos, pícaros, siempre andan en  busca de sustos y aventuras, observan los caballitos de cartón duro  y las muñecas con cuerpo de trapo y cara de porcelana, que son los juguetes y compañeros de juego de los niños que allí, en vez de vivir, se desviven y sueñan con las calles y los parques de sus ciudades y pueblos. Vivir en medio de ningún sitio, aunque ese sitio fuese distinguido, les aburre. Mas de uno hubiese deseado ser hijo de gañán o de pasto y vivir en el pueblo y ser feliz, libre y despreocupado como aquellos que furtivamente les invitaban a jugar al corre que te pillo”, a la peonza, al escondite, a la rayuela, al pañuelo, al ratón y al gato…

Algunas risas, alguna canción de las que se canta jugando a la comba, recitar  algún romance en antigua prosa castellana, o los poemas de Bécquer o Larra, los cuentos cortos del libro de "La buena Juanita", que adoctrinan en buena conducta y comportamiento exquisito a las niñas, alguna carrerilla entre los rosales mustios de tanta agua, alguna carcajada y poco más, era la alegría que estos niños, casi sin saberlo,  prestan a aquel lugar de descanso y esperanza.

        - El Señor está contigo... 

        - Sí padre... así sea, y con usted.

Contestan las nobles damas cuando en el jardín o en el hall aparecía el perfil negro del señor cura, que también enfermo, busca allí refugio antes de la huida a su diaria gloria.

        - ¡El Señor esté contigo!

Respondía el recepcionista que, repeinado con pringosa brillantina, disimulaba con los cuatro pelos del flequillo su ya considerable calva, a la vez que desde su mano extendida y algo flácida brotaba un delicado saludo, como si de una mujer nacida en cuerpo de varón se tratara. Era igual que el maestro de cocina, el chef, dicen que, enseñado en las cocinas francesas, hace unos guisos especiados y exquisitos en olor y sabor. Platos de contenido ligero, propio de nuevas dietas importadas de Europa. El chef con su gorro blanco y espumadera limpia, zapatillas con suela de goma y guantes olvidados en el segundo cajón del aparador donde se guardan los cubiertos de plata, el chef francés -de Peñarroya- tiene la habilidad de conquistar, por la boca, a las damas. Más de una se desilusionó  en la alcoba cuando el buen cocinero, invadido por el que dirán, pretendió demostrar lo que su cuerpo y su sexo le niegan. Recepcionista y Chef, buena pareja para el amor a la sombra de alguna vieja tapia, o en el hueco húmedo de la garganta profunda y oscura de la despensa.

El señor cura, el Señor está contigo... Bendecía a los residentes que se acercaban a besar su mano, y como un padre sin hijos,  sonríe y regala una estampa... “El Señor esté contigo y con el agua!.  Contestaba Don Elías cansado de ser su limosnero principal.

Doña Elisa está ocupada. Sentada en el jardín, perfume de naranjo en la hora de la oración, al lado de su inteligente y admirado esposo. Rezan el rosario y en cada misterio van desgranando y compartiendo peticiones a la divina Virgen terminando cada oración con la jaculatoria: “Ave María purísima, el Señor esté con nosotros y con el agua”.

BENDITA TÚ ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES

Nada brilla más que las lámparas de gas cuando se encienden al atardecer. En el salón de estar los brillos y los destellos se agrupan alocadamente por los rincones, y parecen cobrar vida en los lisos espejos de cristal frío que resucitan desde sus adentros viejos reflejos de antiguas tertulias. Lámparas de cristal, importadas de Bohemia, chorrean lágrimas transparentes que dibujan el arco iris en las paredes, a los niños les llama la  atención los colores, a las nobles damas las curiosidad, y a los ricos caballeros su precio. Son lámparas de seis u ocho brazos,  cristal de canutillo y figuritas de rosas transparentes, tulipas casi de encaje de bolillos, limpias, brillantes, son los tronos de las llamas azuladas que iluminan cada estancia sin producir apenas sombras. Las paredes están pintadas en un dulce color de membrillo maduro, en las alturas cornisas de escayola decorada con guirnaldas de flores y cabecitas de ángeles que parecen sonreír a la luz. Los techos, con el reflejo de la luz que les llega desde el suelo, parecen de nácar blanco. Los ladrillos barnizados con un producto importado de alemania, que, además de un intenso brillo, le da aspecto de mojado, sobre él cálidas alfombras que nunca soñaron con ser ni mágicas ni voladoras. Divanes y tresillos, milimétricamente ordenados, lucen tapicerías de terciopelo y damasco. Las sillas, de las llamadas "de tres palos", negras de tan buena caoba, ordenadas alrededor de mesas con tapas de cristal y paños de organza, invitan a los residentes a jugar eternas partidas de parchís, o de damas y hasta dominó para los hombres. Pedestales de madera y maceteros de bronce soportan el peso de tiestos de la naturaleza hecha flor y planta. Jarrones de cristal, jardineras de forja, maceta de cerámica: rosas, pilistras, aureolas, plumeros, helechos, geranios finos, lilas, crisantemos rojos, jazmines, verde tomillo, varonil junco y eterno lentisco... dan olor, color y frescura a aquellas bellas estancias.

En el salón el piano es el dueño , situado justo en el centro de la pared más larga, soporta además de mil historias tristes, el recuerdo de manos y dedos aprendices de solfeo o opus recién inventadas. El piano, con su dentadura negra y blanca, como un señor distinguido, fino estático y pendiente de las damas. El piano con su corazón mágico de tormentas sonoras, que abre puertas a la alegría y a la esperanza. El piano, con sus pedales plateados y sus partituras corregidas y punteadas. El piano soporte de portaretratos y candelabros con filigranas de plata. El piano cajita mágica desde la que los dioses, con voz de música, nos hablan.

Después de cenar lo mejor es tomar una tisana: anís en flor, un palito de canela, cáscara de limón, cucharadita de miel y agua. Se toma tanto en frío como en caliente y es buena para hacer una digestión suave. Después de la tisana la música, claro, la del piano sería como una rosa marchita o  de la gramola divertida como una amapola en medio del trigo: polkas, valses con título de un río lejano,  polonesas, sonatas, tangos con ritmo arrabalero. No, los pasodobles no,  aún no se habían inventado. Música desde el rincón del salón, donde la gramola era la gran señora, con su manubrio de plata y su bocina de flor abierta,  como señorita de vida alegre, haciendo nacer sonrisas en los labios y movimientos en los piés. La trajeron del norte de Holanda, es la preferida de las distinguidas damas que, con su música,  reviven la juventud y recuerdan los primeros bailes con sus ahora maduros y estirados maridos. La gramola con su disco negro girando y girando en el que apenas se puede  leer  -entre giro y giro- su marca: "La voz de su amo".

Entre las damas doña Elisa, la madura esposa del ingeniero, luce como si de la más rutilante estrella se tratara. Es la que, con discreción y siempre sirviéndose de personas de su confianza, da órdenes, quita y pone... Nada se hace sin que su voz o sus manos lo ordene. En su casa mandó tanto como por entonces Alfonso XII en España. Doña Elisa, Elisita para su esposo, pendiente siempre de la estética y la armonía de las cosas y de las mocitas casaderas para que no fuesen -en vano- conquistadas por los estripaterrones del pueblo o por algún impostor disfrazado de señorito andaluz. Entre todas las mujeres la más bella, sin serlo, la madre más cariñosa y  siéndolo la esposa más fiel. Entre todas las mujeres, Elisa, digna del significado de su nombre: “Dios ha ayudado”.


BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE

Igual que la noche pare sin dolor a las estrellas, igual la naturaleza hace brotar de sus entrañas el agua. En Santa Elisa cada mañana se renueva el milagro de la salud. El manantial, con su traje de azulejos y chapa pintada, con su hechura morisca y los asientos adosados a la pared blanca, es como una ermita donde el milagro, en vez de pedirlo a una Virgen, se le pide al agua. Baranda de hierro, pérgola sembrada de jazmines que caen en cascada verde y blanca. Paseo por las veredas, riachuelo en medio de álamos blancos y chopos de sierra, brisa suave y viento fresco que baja rodando rodando desde los altos pinares.

Beber agua, respirar su vapor, lavar la piel, recobrar la calma. Fruto bendito del vientre de la naturaleza, el agua.

Pasan días y años y el Hotel Santa Elisa tiene clientela y fama. En la comarca comenzaron a aparecer otros manantiales y otros balnearios, los del lugar no daban crédito a los que, en poco tiempo está pasando. La gente va y viene y con ellos su dinero y su capital que gastan en las aldeas de la comarca. Inicio del "turismo de salud", algo que algunos piensan que está recién inventado, pues ya por aquellos tiempos se practicaba. En Santa Elisa cada primavera se daban cita: importantes banqueros, influyentes políticos y damas de nobles intenciones en la corte, que, por aquellos días ya estaba en decadencia y algo trasnochada. Estos encuentros que en el medio rural se desarrollaban, seguramente eran el germen de fructuosos negocios entre las principales fortunas no solo de la Provincia, sino de todo el sur del país. Don Elías se  sentía orgulloso y en más de una ocasión recibió, además de complacencia y gratitud de los interesados, alguna buena comisión económica por hacer de intermediario.

Santa Elisa: "Aguas de Villaharta", se fue haciendo escenario donde melodramas y comedias se escenifican cada temporada. Los melodramas de los que acuden con dolencias que van contando a unos y a otros, como  si del fin de sus vida  se tratara. Las comedias de los acompañantes que juegan a ser los mártires de enfermedades ajenas. Unos y otros, siempre con un vaso de agua en la mano, juegan a aparentar honor, fama o influencia. Tienen la excusa perfecta: dejarse ver gastando en salud para curarse con agua y, a la vez, mejorar en la posición social que los demás, -queriendo o no- le asignan  por conocer a señores y señoras influyentes, alternar en el hall y en el jardín, hacer de acompañantes en los largos paseos,  en el baile, en el comedor... en la alcoba y, a veces, en el baño de aguas…  ¡Por Dios… ¡Bendito el fruto de tu vientre! 

El ingeniero valenciano de la compañía del ferrocarril, Don Elías, consiguió que su intuición se revistiera de esplendor, tuviera las  tres “F”: fortuna, futuro y fama.

La naturaleza, madre y cariñosa, dulce y amable, cada día permitía que aquellos forasteros pudientes se saciaran con el agua agria que brota a borbollones de los manantiales del cerro de Peñas Blanca, el agua no solo mejora  sus dolencias del cuerpo, sino también, los anhelos del alma.

El pueblo más cercano, Villaharta, resucita cada primavera y cada verano. Sale del letargo del invierno y la niebla se repinta en el color de la jara y de las hojas nuevas de olivo. Los aldeanos comienzan a brillar porque algunos trabajan en el hotel y otros lo surten de pan y vino, de frutas y de la buena carne de la caza y del corral.


JESÚS

Es verano y la mañana amanece con un color inusual. El cielo tan azul como la flor del romero se tizna con nubes deshilachadas con reflejos rojos. En el campo, por el valle, a lo largo del riachuelo, en el cercano Guadiato, en las dehesas próximas y en las plazas de los pueblos vecinos… Todo guarda silencio. Hombres y animales callados, escondidos en el miedo, que, como una enfermedad no es curable bebiendo solo agua agria, se arrastra por el campo, las calles, los caminos y hasta hace que el sabor del agua sea más agria. Hoy ha amanecido antes y el sol ha pillado a todos dormidos, pero no, no es el sol, porque de repente, el silencio se torna en algarabía, en voces, en gritos, en carreras... y más miedo. Los pueblos se dividen, como las calles, las casas. Se dividen las familias, los hermanos... Unos contra otros, otros contra ninguno... El temor se hace realidad: acaba de comenzar una cruel guerra, que como cualquier otra guerra es una sinrazón, un acabar con todo y todos a la fuerza, una fuerza desmedida en defensa de las fronteras de las libertades a las que parece que unos  ponen límites y otros no.

Palos, horquillas, azadones, escopetas de caza, fusiles, pistolas, hoces amenazantes como la tormenta de verano. Ira contenida, envidias, rencores, celos, ajustes de viejas cuentas, venganzas, el orgullo sometido, que aflora como el agua donde menos la buscas. Ansias de grandeza y falsos honores, fuerza, intrigas... Todo y todos se convierte en una masa fermentada de pan ácimo, de ese del que se alimentan las guerras. A la barbarie se le pone nombres y se le prestan banderas sin mástiles ni pedestales. Se queman las iglesias y enmudecen a tiros las tapias de los cementerios. 

Santa Elisa, hotel refinado y posada de personas pudientes, fue convertido en algo parecido a un Hospital de Campaña. Su gran salón fue despojado de los lujos y los brillos tornasolados, lo vistieron  de blanco, de un blanco pálido enfermizo, quizás pensaron que la salud tiene ese color: blanco pálido enfermizo, como las almas de los fusiles, que, sin saber qué bando o que soldado aprieta su gatillo nunca son  culpables de asesinato. En las alcobas se atendieron  a los militares de más alta graduación, coroneles, generales y capitanes que heridos por el brillo de sus estrellas requerían de descanso, agua y aire fresco. Los muebles y camas de caoba fueron sustituidas por estanterías y por  catres y literas metálicas, oxidadas por la sangre y la ira  alimentadas por el odio rojo y la inquina azul. Los manteles de fino lino, de hilo y de lienzos bordados fueron convertidos en sábanas, en frías sábanas incapaces de arropar y dar descanso a tanta mentira y rencor, a tanto pecado  sin penitencia y a tanta sangre.

Santa Elisa, hospital improvisado, donde antes se tomaban las aguas capaces de poner algo de salud en tanta enfermedad, Santa Elisa del lujo de la plata y el oro a la pobreza de la hojalata y el estaño. Santa Elisa del placer del silencio a zumbido y a las heridas de bala. Santa Elisa del manjar y el juego ameno a la miseria de la sopa fría y al tiempo que no pasa… Santa Elisa, lo que antes fue fiesta ahora es llanto y lágrimas.

Pasaron los días, los meses y hasta años hasta que la guerra paró su maquinaria destructora de vidas y de almas. Santa Elisa, tan herida como los que entre sus paredes  buscaron refugio, quedó inválida, agonizante, muerta… cerrada. Algunos se llevaron muebles, otros los grifos del agua, las puertas, las tejas, los azulejos, las bañeras y los lavabos, las rejas, las solerías, los balcones… todo le fue arrebatado, hasta su historia. 

Ya no queda nada, apenas un esqueleto triste, ausente, callado, anónimo… A su lado la salud, el agua. Monumento a la desventura, al abandono, a la intolerancia y al desacuerdo entre no se sabe bien quién o quiénes. Santa Elisa, lo que en su día fue joya de  oro y filigrana de plata, ahora es un simple, mudo y ajeno: “Que lástima”.

AMEN

El Gran Hotel Balneario, durante la cruel contienda entre vecinos y familiares del mismo país, fue Convertido en Hospital de Sangre, no fue bombardeado en 1937 como algunos historiadores aseguran erróneamente por confundirse con una noticia referida al hospital de  Santa Elisa, en Oviedo, pero sí  fue desvalijado lentamente hasta los años 70. Aún hay jarras y jofainas, vigas de madera y azulejos de aquellos años en las casas de algunos vecinos de Villaharta.

En Santa Elisa faltó el milagro, la invención de la virgencita aparecida, el “Me ha curado,me ha curado…!, ¡Mira. mira allí,  está vestida de blanco y con doce estrellas en su cabeza!, ¡Recemos, recemos y bebamos de esta agua que bañan sus pies y quedaremos sanos! … Si hubiese sido así otro gallo nos cantaría, sería el hotel y los manantiales santos donde la Santa Virgen cura dolencias, da reposo al cansado, y pone esperanza donde hay desazón y enfermedad. Valiéndose de algo tan terreno y natural como es el agua, Santa Elisa tendría su Virgen, sus rosarios, sus estampitas, sus estafadores con alzacuellos, sus ladrones con guantes blancos, sus timadores, sus fariseos… Visitas ilustrísimas, excelentísimas y usías, su feligreses, sus adeptos y la fama y el reconocimiento que dan los bellos decorados naturales del lugar. También tendría un gran aparcamiento para autobuses, la tienda donde se venden recuerdos, estampas, velas y rosarios de falsa plata, gorras, almanaques, platos, dedales y cucharitas de recuerdo, reliquias,  botellitas con el agua santa y hasta algún libro con el relato de milagros inventados.

Santa Elisa, mirándolo bien, ahora es más no siendo nada.


NOTA:

El texto de este relato no lleva imágenes ni fotos porque he creído que podía ser de más interés si el lector visiona un video que detalla aspectos históricos e imágenes de ayer y de hoy sobre el Hotel Balneario “Santa Elisa”. Se accede a él pinchando sobre el siguiente enlace:

https://youtu.be/4wVO7GG7vh8?si=ENcdPLB7HHfDOHet