Otras veces, con el pincel en la mano y la mirada del corazón puesta en el Cerro de La Solana, espero que llegue el agua, hasta rezo por ello mientras voy llenando los miles de cuadritos con las miles de equis que el dibujo me demanda. Es un juego, la rosa parece que se mueve, lo hace al compás de la música trasnochada que va y viene entre el aire y el sofoco de la calle, 34 grados a la sombra.
Sí, espero que llegue el agua. Algún vecino me pregunta si terminaré de dibujar rosas antes que las tormentas sean las que desdibujen el azul cielo. Yo pienso: ...que lleguen, que lleguen y traigan agua bendita, o que venga un chaparrón en pecado...
Que llegue el agua aquí la espero. Así tendré la certeza de que mis rosas serán tan inmarcesibles como la rosa de "El Principito".