Al fondo del salón de estar, sentada en uno de los sillones frente a laventana, anclada a un asiento que, en alguna ocasión, soñó con ser banco deparque, taburete de bar, sillín de bicicleta loca, butaca roja de cine o teatro, o tronotapizado con falso cuero. En la cristalera los visillos se mueven, se contonean con lacaricia que trae y lleva el viento, y como si tuvieran alma, sus hilos bailan al compásde la música improvisada por María. Se entretiene tarareando no se sabe bien quécanción, o qué cuplé, siempre la misma, a cualquier hora, en cualquier momento. Aella siempre le suena como si la tarareara por primera vez. Alguien opina que es unbolero que tiene algo que ver con el desamor de un marinero y un tatuaje. En otrasocasiones se deja llevar por la liturgia fastidiosa del silencio, o reza una letaníalarga, lenta, interminable, a la que nadie contesta con un “ora pro nobis”:
- El tiempo se burla de las voces del pasado, invade las sombras, se cuela enlos recuerdos, y se marcha convertido en olvido.- El tiempo convierte sentimientos en recuerdos, los rostros se pierden, losnombres se olvidan, las estampitas de santos valientes y vírgenes guapas sedesdibujan.- El tiempo arrastra consigo latidos, miradas y fe. Te arrastra, y cuandodespiertas ya es tarde, olvidas que olvidaste.- El tiempo no espera, no llora, engaña, entierra, desgarra, arrincona,esconde, acorrala, se hace soledad.- El tiempo sigue su camino sin mirar ni hacia atrás, ni a su izquierda ni a suderecha, ni tan siquiera al presente.- El tiempo deshace los recuerdos, es sal o azúcar en el agua de la vida,borra las huellas, hace que el mar de la memoria rebose de sus playas, transformalos corales en abismos y en precipicios repletos de los peces del miedo.- El tiempo solo sirve para olvidar.
Como todos los sábados y domingos el sillón de al lado lo ocupa Antonio, sumarido. Su visita es un recital de poemas. Cada mirada a María es un verso nuevoescrito en una antigua, lejana y casi olvidada vida. Antonio le coge la mano, le daun beso en la frente, la mira, se mira en sus ojos. María, sin decir nada, vahilvanando las sombras a su olvidada memoria. Un ligero temblor entre sus dedos ledice a Antonio que aún lo recuerda, que aún lo quiere, que aún forma parte de lahebra con la que cose y descose su historia. Lo mira, se deja acariciar por aquellasmanos sensibles y delicadas. Sólo él consigue robarle algunas sonrisas sinlágrimas.
Al fondo del salón, frente a la ventana, cuando los visillos están descorridos,juegan a sembrar en el aire conversaciones en voz muy baja, casi cuchicheando,María, lo mira como si lo conociera de toda la vida:- Mira aquella nube. ¡Mírala! Parece una mujer preñada.- Sí. ¡Mira aquella otra! Tiene la forma de un elefante de espuma.- No, no, es un caballito de humo. ¿No ves que no tiene trompa?
Alguien tose repetidamente y, como alertados por cantos de sirenas, María yAntonio, también Tomás, Felisa... y 10 o 12 octogenarios más giran la cabeza, fijanla mirada en el carrito empujado por una joven con uniforme y delantal blanco, muyblanco, tan blanco como la antigua inocencia de quienes con su mirada parecenempujar al carrito hasta el centro del salón. Es un barco, también, de velas blancasque llega al puerto, o un barquito frágil de papel fondeado al filo de la memoria quetrae los zumos, el vaso de leche, el paquetito de galletas María y algunas frutas detemporada. Los sillones van lentamente cambiando de rumbo, sin necesidad debrújula ni rosa de los vientos que se lo marque. Es el ritual que se repite diariamentea las cinco de la tarde, hora en la que reciben la visita de algún familiar. Liturgiadiaria que apenas dura lo que una misa rezada. Después la rutina vuelve a ser lazarza que todo lo ata. El silencio vuelve a pasearse entre ellos, sus bocasenmudecen a la vez que vuelven a abrir los ojos del alma para suponer, paraimaginar, para ir dejando poco a poco de vivir.
Con la ternura de la niña que viste y desviste a su primera muñeca, María,coge la mano de Antonio, le dice:- Mira, mira... ¿A qué se parecen aquellas sombras?- No, no son sombras, son trocitos de papel de seda que bailan en la luzapagada de la tarde.- ¡Qué bien hablas! Pero no, son nubes.- Son las sombras de poemas escritos en el viento para que vuelen libreentre el azul y la nada.- Qué bien hablas. ¡Me das tanta envidia!Sentado al lado de María, Antonio espera que el milagro de la virgen de laestampita de cartón logre cambiar su muerte en vida.- Dame la mano. ¡Dámela!- Ya sé, ya sé. Me quieres dibujar un corazón en la palma de la mano.- Sí, un corazón de amapolas rojas, un corazón de hojitas de laurel ycascarita de limón.- ¡Que bien huele tu corazón!
El tiempo convierte sentimientos en recuerdos. Los rostros se desdibujan, sedifuminan, son de niebla, los nombres se olvidan, arrastra consigo los latidos, lasmiradas, las horas, la vida.Y así, como una letanía, pasan las horas para María.